domingo, 24 de marzo de 2013

La democracia del mandar tu voluntad.-

En el desarrollo de mi actividad de representante del comercio, cuando visito a mis Clientes de una población, tengo por costumbre detener mi camioneta fantástica en la plaza o en una calle ancha y darme una vuelta andando. Recuerdo que en una ocasión, buscando espacio para estacionar, acabé junto al colegio. Finalizadas las vistas comerciales a mis supuestos Clientes, me acerqué hasta la camioneta para irme a otro pueblo, coincidiendo con la hora del recreo. Durante unos minutos estuve observando a los chavales que allí jugaban en grupos. Mientras unos corrían a indios y vaqueros como nos presentan en las películas del salvaje oeste, otros lo hacían a fútbol como se supone en los países civilizados. Junto a la valla, había un árbol y arena esparcida por el suelo presumiblemente de restos de obra, en la que otros chiquillos jugaban entretenidos con unas piedras que empujaban con la mano a modo de coches y con un cartón que hacía las funciones de garaje o cochera, las detenían debajo como estacionados, mientras cogían otros coches para juguetear con ellas por la arena, ya que por falta de piedras no era.
De repente, suena el timbre del colegio indicando el final del recreo y casi todos los niños corren hacia las puertas del local y digo casi, porque del grupo de los futbolistas civilizados, un par de ellos, corren hacia el árbol y con el pie, rompen y esparcen el trabajo o entretenimiento de las carreteras y cochera de sus compañeros de colegio.
En la red de Internet, además de quienes copian y pegan, existen empresas que ceden espacio a las personas que deseen exponer sus iniciativas, verdaderos artífices de la estructura internáutica, ya que sin su aportación desinteresada de conocimientos, no habría infraestructura que compartir, pero de repente, unilateralmente se toma la decisión de cortar el acceso a la información por los titulares del espacio web y siempre sin ningún tipo de consideración a quienes la han generado.