domingo, 16 de noviembre de 2008

La caza del tordo.-

Cuando se acerca la primavera por las tierras del Maestrazgo, nos percatamos del inicio del buen tiempo climatológico porque aparecen las golondrinas, típicos pajaritos emigrantes que todos los años vienen a confeccionar sus nidos en nuestras latitudes, alimentan a sus crías sin molestar a nadie y por ello, tampoco son molestados.
Debido a este hecho, porque su alimentación está basada principalmente de larvas, gusanitos, moscas y algún mosquito, colaborando en el equilibrio ecológico de unos indeseados insectos y otras especies animales, son muy bien recibidos. Al final del verano, con sus vuelos migratorios, retornan a otros lugares y en el Maestrazgo esperamos resignadamente la llegada del invierno que de nuevo aparecen otras aves migratorias, los conocidos tordos.
Pero estos nuevos visitantes, por las circunstancias naturales, se alimentan primero de bayas y posteriormente de olivas y es aquí dónde nace el problema. Aunque yo no sea cazador, ni me entretenga cazando y no discuta las razones por las que los grupos ecologistas reivindiquen sus ideales, por las que las leyes, regulen o prohíban determinadas prácticas de caza, deberían ser sus defensores y legisladores, quienes con su dinero alimenten a los tordos y que no confiasen en mi persona o en los dueños de las aceitunas que se comen, porque después de estar todo el año cuidando nuestros olivos y anhelando el tiempo de la recolección del fruto de nuestro trabajo, es muy desagradable cuando, a la postre, vienen los ladrones tordos a robarlo.

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