jueves, 27 de noviembre de 2008

La Santisima Virgen del Pilar.-

En la calle donde vivo, había en medio del paseo de la Independencia una fuente redonda de granito artificial con un pilar central y dos caños laterales por los que manaba el agua. Encima del pilar, una bola con una farola, presidía la estampa. Mi padre, Julián Segarra Ortí, regularmente se desplazaba hasta Zaragoza con su camioneta y remolque a proveerse de azúcar en la CIA (Compañía de Industrias Agrícolas) para elaborar los licores del Maestrazgo en su destilería de Chert y un buen día de vacaciones, me llevó con él a Zaragoza.
Debido a que circulaba con remolque y cuando iba cargado, el puerto de Torre Miró se hacía eterno, si bien a la ida fuimos por Alcañiz, a la vuelta lo hicimos por Calanda, Mas de Las Matas y Aguaviva pudiendo conocer la fuente de los 72 caños y la estanca en Alcañiz, las ruinas del antiguo poblado en Azaila, el valle de los Monegros y la llegada a Zaragoza, de la que hablaré mañana.
Acerándonos a visitar a la Santísima Virgen del Pilar, me caí de culo, estaba megagigasuperilusionado con La Pilarica y esperando verla encima de una fuente como la de mi pueblo, de repente, el mundo se me viene encima. Aquello era más grande que la catedral de Tarragona que era lo más grande que había visto en mi vida, aquello era enorme, inmenso, a los ojos de un niño que aún no había tomado la comunión y venía de un pueblo del Maestrazgo a verla (mientras escribo el corazón se me ha acelerado y estoy lloroso). Visitamos su altar y encina de un pilarcito del tamaño como un mojoncito de mármol jaspeado muy pulido y brillante (así lo recuerdo), aparecía ante mis ojos una pequeñita Virgen (con todos los respetos) como la Virgen de Vallivana. Al lado, en un lugar ovalado y preparado al efecto, los fieles devotos dábamos un beso. ¡Una experiencia inolvidable!. La Santísima Virgen del Pilar estaba en una catedral.

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