Fue una de las vistas mas emocionantes de mi vida y de la que guardo el gratísimo recuerdo de los que nunca se olvidan. En Zaragoza, visitamos entre otras cosas a los dueños del establecimiento GALLETAS ROYO, pero todo en castellano, allí había que hablar con la lengua traductora.
La pasta de las galletas estaba en un cajón y una cuchilla las cortaba en finas láminas que unidas a las obleas se hacían las galletas. En una sierra parecida a las que en Chert usan los carpinteros para cortar la madera, estaban cortando las galletas en plan salvaje o industrial, junto a la máquina, los recortes sobrantes caían dentro de una caja preparada al efecto y las galletas viena eran cuidadosamente amontonadas en otra.
El Sr. Royo, mientras hablaba con mi padre, me invitó a degustar los trozos sobrantes de los que había cortado la máquina. Evidentemente no me lo pensé dos veces, la vergüenza me la había dejado en el pueblo y me puse de recortes de galleta Royo como un pavo. Nunca en mi vida había comido tanta galleta, tan rica y tan sabrosa. Cuando ya no quise comer más galleta, el Sr. Royo me sonrió pícaramente y tomando una caja del estante, me la regaló para mi madre que, al llegar a casa, nos la comimos entre toda la familia durante unos días.
La pasta de las galletas estaba en un cajón y una cuchilla las cortaba en finas láminas que unidas a las obleas se hacían las galletas. En una sierra parecida a las que en Chert usan los carpinteros para cortar la madera, estaban cortando las galletas en plan salvaje o industrial, junto a la máquina, los recortes sobrantes caían dentro de una caja preparada al efecto y las galletas viena eran cuidadosamente amontonadas en otra.
El Sr. Royo, mientras hablaba con mi padre, me invitó a degustar los trozos sobrantes de los que había cortado la máquina. Evidentemente no me lo pensé dos veces, la vergüenza me la había dejado en el pueblo y me puse de recortes de galleta Royo como un pavo. Nunca en mi vida había comido tanta galleta, tan rica y tan sabrosa. Cuando ya no quise comer más galleta, el Sr. Royo me sonrió pícaramente y tomando una caja del estante, me la regaló para mi madre que, al llegar a casa, nos la comimos entre toda la familia durante unos días.
No hay comentarios:
Publicar un comentario