Cuando pronunciamos la palabra chertolí, todos sabemos que es nuestro gentilicio, nos dice que nosotros somos los hijos de Chert, los de la ciudad amurallada de la cima, haciendo clara alusión a la Mola Murà, aunque para muchos, pueda parecer un nombre de terminación despectiva.
Con la venida de la democracia todos tenían derecho a imponer su criterio y especialmente nos inundó un sentimiento generalizado de cambiar los nombres a los pueblos. La voluntad comercial el pueblo de Chert, puso en marcha la imaginación y las mentes pensantes del momento, decidieron que podían envasar el aceite con el nombre de xertoli diseñando una muy bonita y acertada etiqueta.
Desgraciadamente, después de la inversión realizada y la planta envasadora operativa, el aceite no cumplía las reglamentaciones específicas y debió desguazarse la infraestructura. Corrían los primeros años de la década de los 80 y el Servicio de Extensión Agraria se afanaba en venir al pueblo de Chert para dar consejos ocurrentes a los labradores, siendo fundamental en aquellos años, el arrancar todos los olivos viejos y replantar de nuevos como los naranjos, ante la extrañeza y negativa de los propios recolectores de olivas que no aceptaron semejantes sabias ideas.
Ahora, que ya han pasado treinta años, hasta el podar está regulado. Ya puede imaginarse el lector donde está el interés por la conservación del olivar y la razón de su abandono, si antes de iniciar la cansada faena hay que pedir permiso para cualquier actuación agrícola y esperar licencia de respuesta, ¡che!, desertores del arado firmantes de paperets, ir a marear la perdiz a otra parte y comer petróleo.
3144- INQUIETUDES CABANENSES.
Hace 8 meses
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